El largo camino

El silencio le sentaba como una mala comida; le revolvía las tripas y hacían que se sintiera pesado. Desgraciadamente para él, las dependencias de los templarios no se caracterizaba por ser el alma de la fiesta. Aunque a veces se oía de todo: rezos, bromas, confesiones pervertidas y hasta algún que otro llanto. Desde luego, muchos templarios eran cajas de sospresas; él sólo rezaba para no terminar así. Aunque claro, él no era un condenado adicto al lirio ni había pasado la mitad de su vida mirando con ojos golosos a las jovencitas vestidas con túnicas que deambulaban todo el día por la torre.

Esa mañana era un día radiante, soleado e inspirador; el día perfecto para sudar la gota gorda y dejar la túnica hecha un asco; mostrárse a las aprendizas y ponerle los dientes largos a los magos restregándoles que él sí podía salir, mientras que ellos no. Era cruel, pero al menos amenizaba las horas antes de caer en el sopor de los rezos y las charlas de aquel demonio al que tenían por caballero comandante. Venser no se tomaba muy en serio todo aquel rollo religioso, aunque comprendía los efectos de una magia desbocada y las consecuencias; quizás, era lo único que lo mantenía allí. Al igual que temía los efectos del lirio, temía los efectos de la magia en las personas malditas.

Meditabundo aunque con la picaresca marcada en la cara, se dirigía a lo que sería una larga mañana religiosa e insufrible.

Venser asomó la cabeza con desagrado; los sermones eran algo aburrido y obsesivo que poca funcionalidad podía tener dada la función de ellos, que estaban destinados a cazar y sacrificar a otros seres vivos con tal de mantener en orden las enseñanzas del Cantar de la Luz. No había oído que el Hacedor promulgase amor y paz, pero sus sacerdotisas canturreaban la misma cantinela continuamente, promulgando sacrificio y devoción, además de una grandes dosis de legitimidad sentimental hacia sus semejantes.

No podía resultare más irónico.

Se plantó delante de la entrada de la Capilla, meditando sobre aquel futuro predispuesto del que sentía tantas dudas. Estaba seguro de que no podría hacer otra cosa, pero titubeaba en cuanto las opciones se le plantaban en la cara. Casi sentía que estaba a un paso de ser definitivamente un templario; los titubeos y dudas no ayudaban para cuando tuviera que realizar sus votos. Tal vez debería olvidarse de tantas tonterias sentimentalistas y centrarse en lo que se le vénía encima: si dudaba pronto tendría problemas serios encima y no deseaba una charla con el Caballero Comandante. Tragando saliva, notaba como sus pies se clavaban en el suelo, incapaces de dar un paso hacia el interior.